Hoy me gustaría hablaros, como reza el título, del hombre del siglo XXI.
El que afortunadamente puede, ahora más que nunca, regirse por sus instintos
sin que nadie se lo prohíba. Puede hacer lo que quiera, pero muchos no han
desarrollado ciertos patrones de comportamiento relacionados, por cursi que
pueda sonar, con el amor y la actitud. He aquí lo que, para mí, es un hombre
“desechable” de este siglo:
Ese hombre que se sienta por las tardes en la barra del bar
de mediopelo de su barrio para escapar de las tareas que su mujer le pide que
haga, y se deja hipnotizar por el trasero de alguna camarera extranjera y
exótica que le regala las sonrisas que le sobran. También está aquel hombre de
hoy en día que se levanta antes que el diablo, se viste de un traje que vale
más que sus propias ideas, y se marcha porque se ha acordado de que es su
aniversario de boda, sin despedirse de muchacha de turno que sigue en su cama y
de la que, por supuesto, no volverá a saber nada. Un hombre que abre los ojos
para mirar qué día es solo por si tiene que buscar excusa para que no le echen
del apartamento por impago, y, sin molestarse por quitarse el cúmulo de legañas
que acostumbra a tener, cierra la persiana y se recuesta en la desaliñada cama
en la que se maldice por la vida que lleva; sin salir de esa cárcel que es su
casa y en la que siempre lleva, como un presidiario, el uniforme a rayas que
dibujan las sombras de la persiana a medio cerrar. Cómo no, existe también el
patriarca de la familia ordinaria: unos cuantos críos, una mujer a la que no le
encuentra el atractivo después de veintiséis años de matrimonio, y un sueño sin
cumplir que se ha convertido en afición y por eso hace trucos de magia para que
sus hijos se duerman cada día cuando llega a casa de vender unos vehículos que
ni siquiera le gustan.
Pero no os alarméis.
Los humanos, como animales, tenemos diferentes instintos, y
es por ello que hay una gran variedad de personalidades.
Con esto quiero decir que también existe una clase de hombre
que está deseando llegar a casa y no se para en el bar de su calle. Aquel que
se levanta antes que el diablo, pero todos los días con la misma mujer, y le
deja el desayuno en la mesilla de noche porque sabe que los aniversarios no
tienen por qué ser más importantes que el resto de los días con ella. Es ese
que abre la persiana nada más salir el sol y repasa sus objetivos, que sabe que
cumplirá, por difíciles que se presenten. Un hombre que mira a su mujer y sus
hijos y piensa que “para qué pedir más”, si es todo lo que necesita. Por eso,
se dedica a hacer espectáculos de magia de vez en cuando para sus hijos y sus
amigos, como siempre había soñado.
Y es que en esta vida, amigos míos, todo llega, y cuando le
encontréis, lo sabréis a la primera. Pero alguien dijo que “lo bueno se hace
esperar”.
Y razón no le faltaba, ¿verdad?
Por casualidad encontré esta publicación, muy bien redactada y con un vocabulario exquisito por cierto. Me parece excelente, pero, ¿No crees que también existen individuos de género femenino de este palo del que hablas?
ResponderEliminarMuy adulador tu comentario, gracias. Por supuesto que lo creo, es más, me inspiré en una publicación que hablaba de las mujeres de este siglo y me gustó bastante, he de apuntar.
ResponderEliminarTanto quejarnos los unos de los otros y nuestro comportamiento es más parecido de lo que creemos.
Un saludo.
Muy adulador tu comentario, gracias. Por supuesto que lo creo, es más, me inspiré en una publicación que hablaba de las mujeres de este siglo y me gustó bastante, he de apuntar.
ResponderEliminarTanto quejarnos los unos de los otros y nuestro comportamiento es más parecido de lo que creemos.
Un saludo.