No es nada, es un suspiro.

miércoles, 12 de enero de 2011

La noche de las eternas palabras

Fuimos caminando bajo el cielo acostado, observados por el manto de estrellas que se erguía sobre nuestras cabezas y nuestras mentes cercanas.


Nos encantaba el silencio, escuchar la noche y la nada, pero no teníamos tiempo para prestarle atención y no tardábamos más de un abrir y cerrar de ojos en volver a conversar mientras nos dirigíamos, inconscientemente, hacia los vastos edificios de Gran Vía que parecían querer arroparnos con esos brazos de luz que cubrían toda la calle.

Ni si quiera nos dio tiempo de percatarnos de que Madrid es una ciudad que se vacía a eso de las cuatro de la mañana ni de que era tan tarde –o quizá tan pronto- que las baldosas de aquella gran ciudad se rendían ante nuestros pasos que nos conducirían tramposos hacia Plaza de España y, poco después, al Templo de Debod.

Esa madrugada hablamos de quiénes éramos desde los ojos ajenos, y de quiénes éramos en realidad, de los últimos diez años de vivencias y lecciones, de opiniones no tan lejanas al acierto, y de la vida. Esa madrugada hablamos de casi todo lo que importa, y lo hicimos con una complicidad que no hubiera dejado indiferente a nadie, pero los alrededores estaban desiertos.

Aquella fue la noche de las eternas palabras, no porque no acabáramos jamás de abrirnos por dentro, sino porque parecía que ya habíamos tenido esa conversación mucho antes, quizá 50 o 100 años atrás, en otra vida, pero, sobre todo, éramos conscientes de que la volveríamos a tener quizá 50 o 100 años después, bajo el cielo acostado de cualquier otra gran ciudad.