No es nada, es un suspiro.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Todos aquellos seres que no sean superhombres, seguid leyendo este post.

Estoy segura de que muchos habéis tenido alguna vez ese sentimiento que tanto escuece y al que podemos llamar de varias maneras. Como esta  es mi teoría y como los que me conocen saben que siempre digo lo que me apetece, vamos a llamar a ese sentimiento "being a little bitch" o, como diría Goyo Jiménez, para los de la LOGSE: ser un perrito faldero. Esta teoría se funda en que "B" (bitch) se enamora de "A" (asshole) y cree, repito: CREE, depender de él. A pesar de que comes, duermes, respiras y caminas sin "A", crees que vives de él. "B" casi siempre se cansa de aceptar solo el afecto excedente y tiende a percatarse de que el dolor no es más que un valor añadido a sí mismo, es decir, madurez y valor que has ganado. O, en otras palabras, estar hasta los cojones y aprender que estás, en realidad, por encima de la situación. Y no, queridos amigos, no dependes de nadie para vivir. Te levantas, cojes tus putas cosas y te largas. Y ya. Que nadie se ha muerto por dar portazos a amores de mierda.

Creedme que, el día en que os deis cuenta de que solo te necesitas a ti mismo y que todo eso que dijiste suena cursi, solamente cuando caigas en lo fácil que es enamorarse y en que has dejado muchas deudas pendientes en tu conciencia, ese día y solo ese, "B" le dará por culo a "A". Y verás lo bien que sienta.
Como dice una amiga: de amor se morían en el siglo XVIII. Así, cuando dejes de ser "a little bitch" y las ideas de "asshole" se te cuelen en la piel, me agradecerás este post.

Y ¿sabes por qué?, pues porque mola ser un superhombre de vez en cuando.

lunes, 8 de agosto de 2011

Lecciones del día a día

Esta tarde nos ha dado por pasearnos por el centro de Madrid (Sol, en concreto), en una especie de pop crawl  internacional que nos ha llevado a conocer las costumbres de diferentes culturas del mundo. Mientras tanto fuimos acercándonos inconscientemente hacia una multitud que se aglomeraba alrededor de una serie de feligreses que compartían el papel de predicadores. La primera chica en subirse al pequeño altar que habían improvisado con maletas de tapa dura, cantó una canción sobre Jesús y demás, cosa que me parece estupenda; el segundo de ellos llevaba su propio traductor para la posible atracción de público angloparlante, y hablaba metafóricamente de cómo nuestra vida era una maleta vacía que nosotros mismos íbamos llenando de cosas buenas o errores. El espectáculo comenzó cuando se subió a predicar una chica de fuerte acento argentino que llevaba en la mano izquierda una cajetilla de tabaco de aproximadamente medio metro que rezaba "Fumar acorta la vida". Empezó a soltar argumentos de cómo las conductas pecaminosas nos llevarían al infierno, y por "conductas pecaminosas" esta pobre entendía el fumar, tener sexo y robar, dándonos a entender que estas tres acciones eran igual de atroces.

Al poco de escuchar todo aquello decidimos dejar de prestar atención puesto que no estábamos de acuerdo con todo aquello que se estaba diciendo. He de decir que aquello no duró más de unos minutos: se nos acercaron dos señoras que intentaban, en cierto modo, conseguir adeptos. El caso es que desde un principio le comentamos que éramos estudiantes y que creíamos en la ciencia y no en la religión, que nos parecía muy bien que miles de personas adoptaran ciertas creencias para dejar de hacer unas cosas o empezar a hacer otras, pero que ese no era nuestro caso. La señora, muy insistente, empezó a comentar que Dios estaba por encima de todo y que el que no creyera en ello y además pecara iría al infierno. En este momento, uno de nosotros le contestó que en el caso de que él mismo asegurara que es una divinidad mayor incluso que Dios, ¿quién iba a demostrarlo?, ¿quién iba a refutarlo?, añadió que la ciencia es la manera de demostrar todo tipo de hechos, y puso como ejemplo el debate entre la teoría de la evolución (que tan reprimida ha sido en ciertos países), y la de la creación. La señora, sorprendentemente, no contestaba a nuestras preguntas sino que seguía exponiendo sus pobres argumentos llamándonos, sutilmente, jóvenes insensatos y pecaminosos.

Me parece, debo decir, que la religión, además de preciosa de estudiar, es una parte crucial de todas las culturas del planeta, tanto artística como moralmente, pero más de un individuo se aprovecha de ella para hacer cosas peores que aquellas de las que se quejan. Es muy subjetiva, no deberíamos acusarnos los unos a los otros de inconscientes si no hay quien demuestre o refute que Dios existe, pero tampoco os molestéis en tratar de unirnos a vuestras "filas" sin un buen argumento, y menos con palabras frías y recias.

Además, yo abjuré hace tiempo de toda religión y, ¿sabéis qué?, no tengo tiempo de ir a rezar con el Papa, que viene esta semana a Madrid y ya sabéis cómo se pone esta gente de insoportable con eso... Y discúlpenme por ello, pero es que no me gusta la gente que habla tan largo y tendido, y encima, en un idioma que desconozco.










jueves, 10 de marzo de 2011

Lista de cosas que me importan una mierda

1. El anuncio que viene detrás de las campanadas de cada 31 de diciembre.
2. Que me cuenten el final de una película, total, es una película. Que no, que no se acaba el mundo.
3. Que en Madrid hagan intentos en vano de hacer una playa. No se puede tener todo, hijos míos.
4. La típica de "te lo dije" que tanto escuece. El que no se equivoca no aprende.
5. Que la Merkel pretenda expulsar de la UE a países como España. Ya quisieras, maja.
6. Que la gente no acepte las nuevas normas de la RAE. No os queda otra, la RAE es la que parte el bacalao, aunque yo me la pase por el forro a veces.
7. Que tu vestido cueste 300 euros. Vaya zapatos más horribles, son todo un atentado.
8. La ubicuidad de los programas del corazón. Si no queréis ver a la Esteban, metéos en «seriesyonkis».
9. Vaya, seriesyonkis está jodida con la ley Sinde... ¡uy!, eso también me importa una mierda.
10. La gente tocapelotas. Ya irás algún día a dejar el currículum en la mesa de aquellos a los que ahora puteas.
11. Lo que digan del 11S que esté fuera de Zeitgeist. Bush: un capullo predecible.
12. Que los gobiernos nos tengan engañados a todos. La ignorancia es la felicidad.
13. La gente que marea la perdiz. No esperes nada y no serás defraudado.
14. Que me digan que soy fría. Es la ley de Neruda: «para que nada nos separe, que nada nos una».
15. La gente a la que no le gusta lo que escribo. A Carlos Salem le sorprendió, por ahí anda su comentario.
16. Todo aquel que no se haya leído El Principito.
17. La ironía seca y cruda que no salga de la boca de Ángel Martín.
18. Los hombres inconscientes. «Si poco a poco dejas de quererme, dejaré de quererte poco a poco».
19. Que me lloren. Si lo haces es porque algo habrás hecho. 
20. Los que leáis este post y penséis que me estoy quedando sin ideas.*




* No os daré ese gusto, he de ir repartiéndolas. Podéis llamarlo estrategia de publicidad para que sigáis leyéndome.


Estratega... me gusta esa palabra.

lunes, 21 de febrero de 2011

Que de amor se morían en el siglo XVIII

- Para hacerle un diagnóstico exacto debe explicarme qué es exactamente eso que insinúa de los «corazones inertes», como ha mencionado usted previamente. Por favor, sea precisa.
- Lo cierto es, doctor, que no me importa una mierda. Sí, y no me mire con esa cara de «he aquí la opinión de la perturbada de turno», me-im-por-ta-u-na-pu-ta-mier-da. Me encantaría que os guardarais esos juegos de palabras tan elaborados y escogidos, que las miradas demoledoras os las metierais por donde más conveniente os pareciera, porque parece ser que esto es un juego de uno y NUNCA hay sitio para los dos. ¿Realmente pensáis que podéis seguir inyectándonos dosis de esponjosas palabras y pretender que no nos resistamos a la agonía resultante?
Vuestra apariencia, más comercial que sexual, he de decir, os hace equivocaros de persona a veces, este es uno de los casos. Así que quitaos las gafas de «hijoputismo» que lleváis para mirar alguna que otra sonrisa ladeada de mujer orgullosa cuando hayáis perdido -no siempre mataba el gladiador al león, y si no, recordad el «juego» instintivo de la viuda negra-. Significa, doctor, que esta es una sensación de alivio, de victoria merecida y de indiferencia que se adquiere cuando nada te puede sorprender ya. Míreme a estas pupilas, negras como corazones podridos que se encogen como puños apretados cuando me sincero, y entérese de que no me importáis lo más mínimo. He aquí mi código ético: nada es imprescindible en esta vida, y, créame, no os conviene que lo olvidéis.

miércoles, 12 de enero de 2011

La noche de las eternas palabras

Fuimos caminando bajo el cielo acostado, observados por el manto de estrellas que se erguía sobre nuestras cabezas y nuestras mentes cercanas.


Nos encantaba el silencio, escuchar la noche y la nada, pero no teníamos tiempo para prestarle atención y no tardábamos más de un abrir y cerrar de ojos en volver a conversar mientras nos dirigíamos, inconscientemente, hacia los vastos edificios de Gran Vía que parecían querer arroparnos con esos brazos de luz que cubrían toda la calle.

Ni si quiera nos dio tiempo de percatarnos de que Madrid es una ciudad que se vacía a eso de las cuatro de la mañana ni de que era tan tarde –o quizá tan pronto- que las baldosas de aquella gran ciudad se rendían ante nuestros pasos que nos conducirían tramposos hacia Plaza de España y, poco después, al Templo de Debod.

Esa madrugada hablamos de quiénes éramos desde los ojos ajenos, y de quiénes éramos en realidad, de los últimos diez años de vivencias y lecciones, de opiniones no tan lejanas al acierto, y de la vida. Esa madrugada hablamos de casi todo lo que importa, y lo hicimos con una complicidad que no hubiera dejado indiferente a nadie, pero los alrededores estaban desiertos.

Aquella fue la noche de las eternas palabras, no porque no acabáramos jamás de abrirnos por dentro, sino porque parecía que ya habíamos tenido esa conversación mucho antes, quizá 50 o 100 años atrás, en otra vida, pero, sobre todo, éramos conscientes de que la volveríamos a tener quizá 50 o 100 años después, bajo el cielo acostado de cualquier otra gran ciudad.