Él, una vez refugiados bajo la sábana, le aparta a ella el pelo de la cara, como quien abre una ventana al alba y se deja impregnar el rostro por la luz:
-¿Sabes?, cuando estoy contigo me siento como una niña...-dice alzando la mirada al techo mientras sigue abriéndose por dentro-... me gusta que nos escondamos para acariciarnos, y correr por la playa sabiendo que me observas, y buscar tu mirada cuando callamos y no queda nada más por decir, y... ¿de qué te ríes?
-No... no me río, sonrío.
-¿Y a qué se debe?
-A que estoy feliz, -y continúa hablando, tras advertir los interrogantes ojos de ella- a que, efectivamente, eres una niña... una pequeña niña tan pequeña que cabe entre mis brazos y entre mis labios, que confía en cada "todo va a ir bien" que le cuento, que escapaz de colarse por una diminuta rendija de mi corazón... Y eso es tan irónico...
-¿Irónico?, -se ríe- ¿qué es irónico?
- Que yo sea capaz de llamarte "niña"... de decir que eres pequeña.
-¿Acaso no lo soy?
- No, no lo eres. Eres lo más grande que me ha ocurrido jamás.
Y allí, una vez con los corazones al descubierto, abiertos en canal, la noche hizo el resto.
Ellos, ansiosos el uno del otro, se abandonaron a ese gran fenómeno incierto: "pasión", así creo que lo llaman.
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