No es nada, es un suspiro.

lunes, 21 de febrero de 2011

Que de amor se morían en el siglo XVIII

- Para hacerle un diagnóstico exacto debe explicarme qué es exactamente eso que insinúa de los «corazones inertes», como ha mencionado usted previamente. Por favor, sea precisa.
- Lo cierto es, doctor, que no me importa una mierda. Sí, y no me mire con esa cara de «he aquí la opinión de la perturbada de turno», me-im-por-ta-u-na-pu-ta-mier-da. Me encantaría que os guardarais esos juegos de palabras tan elaborados y escogidos, que las miradas demoledoras os las metierais por donde más conveniente os pareciera, porque parece ser que esto es un juego de uno y NUNCA hay sitio para los dos. ¿Realmente pensáis que podéis seguir inyectándonos dosis de esponjosas palabras y pretender que no nos resistamos a la agonía resultante?
Vuestra apariencia, más comercial que sexual, he de decir, os hace equivocaros de persona a veces, este es uno de los casos. Así que quitaos las gafas de «hijoputismo» que lleváis para mirar alguna que otra sonrisa ladeada de mujer orgullosa cuando hayáis perdido -no siempre mataba el gladiador al león, y si no, recordad el «juego» instintivo de la viuda negra-. Significa, doctor, que esta es una sensación de alivio, de victoria merecida y de indiferencia que se adquiere cuando nada te puede sorprender ya. Míreme a estas pupilas, negras como corazones podridos que se encogen como puños apretados cuando me sincero, y entérese de que no me importáis lo más mínimo. He aquí mi código ético: nada es imprescindible en esta vida, y, créame, no os conviene que lo olvidéis.

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