Después de todo este recorrido, me he dado cuenta de que es
ella. Si la conociérais como yo, sabríais que es ella de la que hablan todas
las canciones, en la que se basan todos los guiones. Con su singular forma de
vestir, se encarga hacer que todo parezca más puro y más sencillo, y tiene esa
brisa que lleva siempre consigo, por si te quedaras sin aire cuando se te
acerca. Lo sé todo sobre ella. Sé cómo la miran cuando pasea como si supiera
siempre dónde está, cómo roza cada tecla cuando escribe y parece que fuera la
primera vez que se le ocurre un trozo de prosa y se muriera por redactarlo en cualquier
lado. Si hubiérais visto sus sonrisas incompletas, sabríais que las medias
lunas no son más que luces sin importancia, y es que ella no permite jamás que la
eclipsen; por eso se dedica a robarle el protagonismo a los cuerpos celestes.
Si la oyéseis cantar, sabríais de qué os hablo. Cuando utiliza su vocecilla aguda, suave, y canta baladas que la delatan, porque
actúa como si nada le importara, pero solo yo sé cuán enamorada está y la forma en la que sabe querer.
Y creédme que quiere como nadie lo hace.
Después de todo este recorrido, me he dado cuenta de que es
ella. Nunca se sabe qué va a hacer, cada día se inventa unos planes de futuro
nuevos, cada noche decide que quiere viajar a un país diferente y solo llevarse
una cámara consigo, un cuaderno y unos cuántos lápices para poder escribiirme cartas y mandármelas. O no. Y es que siempre da por hecho que no estaremos juntos para entonces. Lo
que ella no sabe es que yo no podría dejar de quererla jamás, porque ha calado
en mi cuerpo, como cuando cala la nieve en unos guantes de lana. Así, ella busca atajos
hacia la felicidad, y yo la sigo por el camino largo, con la esperanza de que
nos encontremos al final, cuando todo se acabe y el resto del mundo no
signifique nada. Pero el mundo tiene demasiado sentido para ella por ahora, por
eso se enfada una o dos veces al día, desgarra todo lo que pasa por delante de
sus ojos. A veces, llora enfebrecida, se defiende, y no le importa arrasar con
todos los que la han querido alguna vez. Pero siempre aparezco yo para
calmarla. Porque, como ya he dicho antes, lo sé todo sobre ella. Sé como se trata a las fieras. O por lo menos a la fiera de mi niña. Sé, por ejemplo, que no hay
que arrancarle explicaciones jamás, ni hablar cuando te mira con la boca
entreabierta, por si acaso quiere decir algo y la interrumpes, porque entonces
nunca sabrás lo que iba a decir.
Después de todo este recorrido, me he dado cuenta de que es
ella. Aunque a veces sean sus celos los que hablan y me diga que escoge
vivir, que prefiere vivir a estar conmigo, y que así se le note que me ama más
que a nadie, aunque eso no le guste un pelo. Sé que a veces piensa en cómo sería su vida sin mí y cree ingenua que, de no haberme conocido, habría sufrido menos. Al rato siempre se percata de que dejarme marchar sería peor, y es capaz de
herirse a sí misma para que no me vaya. Entonces tengo que cogerla entre mis brazos, mientras aprieta sus piernas con fuerza alrededor de mi cuerpo, como pidiéndome
que hagamos el amor para ahogar sus penas, porque sabe que eso es más fácil que bajarse al bar a beber. Y si eso pasa, luego me despertaré y
ella estará observando cómo duermo, intentará disimular, se sentirá imbécil
por quererme así, y otra vez se enfadará consigo misma. Y yo estaré, una vez más, recogiendo los pedacitos de su corazón para que ella no los pierda.
Después de todo este recorrido, me he dado cuenta de que es
ella. Es mi chica. La de ayer, la de hoy y la de siempre. Así es. Y, bueno,
permanecer en su vida es un tanto laborioso e ilógico, pero es que lo sé todo
sobre ella. A pesar de las diarias contiendas, los revolcones fruto de su rabia, los poemas que esconde y siempre acabo encontrando, a pesar de su inagotable sarcasmo e insaciable ira, y de su insistencia en que el mundo sería un lugar mucho más tranquilo sin que ella
estuviera en él, es mi chica.
Y creédme, es un placer poder quererla.